sábado, 18 de octubre de 2008

LAS COSAS DEL CAJON

Las cosas del cajón
Hay cajones que ni siquiera sabemos que tenemos. Las vueltas a las cosas y los espacios habituales no cuestan; esa nueva verdad dogmática que aconseja recetas de todo tipo para plantearse el regreso al tajo con tranquilidad, parsimonia, retranca y hasta tratamiento médico (o veterinario, según la especie) sirve para dos cosas: llenar páginas y alimentar frustraciones.
Nuestras vidas asumen el paso del tiempo y de las decisiones con rutina normalmente y rara vez con vértigo. Ambas sensaciones son buenas. No falta en ellas nada de lo que resulta esencial. Las personas que, como casi todas, se hayan puesto de nuevo el traje de faena en estos días se dedican a seguir estando como un día cualquiera, porque es un día cualquiera, todas las jornadas que se levantan para hacer sus tareas normales. Los nenes disfrutan aún de un tiempo extra que ya empieza a oler a lápiz nuevo. Pero la gente no sufre síndrome post-vacacional ni terremotos existenciales que comprometan seriamente lo que hacen, lo que piensan o lo que sueñan. Al fin y al cabo, se trata de eso: de seguir viviendo.
Una de las cosas que hago en estas temporadas es reordenar. Pongo cosas donde deben estar y encuentro muy descolocadas otras cuantas que sitúo nuevamente en su lugar, sin saber muy bien si alguna vez estuvieron ahí. Es un orden peculiar, bastante desordenado - podría decirse. Seguro que a muchos nos pasa igual, ya que no somos demasiado originales permanentemente: cuando ordenas, reordenas y desordenas, encuentras papeles o fotos o trozos de algo que te trasladan al instante en que acontecieron y esa es una experiencia grata que te reconforta, te hace reír, llorar, te avergüenza, te sorprende o te relaja, dependiendo de lo que se trate. No son sólo recuerdos, que también, sino pedacitos de vida que están en los cajones que ya hace que no miramos.
Pero además soy un poquito raro. Cuando ordeno, o desordeno, que es casi lo mismo en mi caso, suelo dejar algún cajón libre o muy poco cargado. No sé muy bien para qué puede servir y normalmente se llena rápido, sin mucho criterio previo. Dura unos días casi vacío: luego, la vida, ya sea en su versión rutina o en su infrecuente versión vértigo, lo engulle.
Esa es mi terapia cortita: saber que los cajones se llenan. Tengo varios que reordeno pero siempre hago que uno quede para que cuando pase otro año, al desordenarlo, me sorprenda. Las cosas de los cajones importan todas. Hasta las que aún no están.

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