martes, 7 de abril de 2009

POLÍTICA DE GRAN CIUDAD

Política de gran ciudad
Cumplimos treinta años de democracia local. El balance es positivo pero ahora se trata de situarnos frente al futuro con ambición. Nos debe preocupar lo que hemos de compartir en las próximos tres décadas.
Qué queremos ser. Ésa es una cuestión capital. Somos una gran ciudad. No quiero renunciar a los beneficios que comporta asumir esa condición. Estoy dispuesto a soportar los inconvenientes que ese sistema de vida pública tenga y ambiciono con ilusión una actitud común de creerse y sentirse gran ciudad. No es sólo la voluntad política la que consegurirá jugar ese rol, sino la conquista de una conciencia común y un propósito colectivo que contagie a toda la ciudadanía en ese empeño. Es momento de realizar una apuesta tenaz para lograrlo.
Para solucionar nuestros problemas estructurales necesitamos que Córdoba encuentre su modelo de futuro. Es urgente explicitar de manera contundente el proyecto que existe. Es imprescindible comunicarlo con éxito para que pueda percibirse como una ventaja compartida e impedir que la alternativa ausente convierta su opción en una especie de tabla de salvación, que no es tal. Si el gobierno no lo hace, porque se afane en la gestión, la nadería jugará con la necesidad de las personas: la apatía social, convertida en frustración y estampada contra las instituciones. Ese caldo de cultivo cocinaría una ciudad de caminar titubeante y se echaría en falta ambición. Tenemos la obligación de ampliar las miras hacia un propósito mayor. Es vital que demos respuesta al tipo de ciudad que queremos ser dentro de diez años.
Sé que muchas personas trabajan para obtener soluciones que satisfagan los problemas cotidianos; sé también que invierten tiempo y prodigan esfuerzos para alcanzar cotas más altas de prosperidad con una visión estratégica. Podrá pensarse que nada es bastante, como si todo fuera lo mismo y nada importara. Sin ser cierto, no es admisible abonar esa percepción con ejemplos públicos de indolencia, que restan credibilidad a la tarea necesaria de convulsionar esta ciudad, ni con la utilización de las dificultades reales de las personas para erosionar las instituciones que nos hemos dado, porque envilecen la dignidad de la representación que ostentan.
Este país forjó hace treinta años gobiernos locales democráticos que convirtieron una sociedad apaleada en una referencia mundial de progreso pacífico. De la nada, conseguimos mucho. De este mucho, no podemos desperdiciar nada.

EMPLEARSE PARA EL TRABAJO

Emplearse para el trabajo
No sé si la gente necesita manifestaciones políticas pero sí creo que la ciudadanía espera una respuesta eficaz contra sus efectosde la actual crisis económica. Los gobiernos no pueden dejar de lado su responsabilidad en la gestión cotidiana para lanzar políticas y actuaciones que contribuyan a mitigar las consecuencias negativas de esta situación para la población y en particular para quienes más lo necesitan, pero el esfuerzo debe ser común, ha de implicar también al resto de formaciones políticas y a la propia sociedad. Cualquiera de nosotros comprende que las orientaciones sobre la política económica han de dirigirse con especial intensidad a favorecer el mantenimiento y la creación de empleo.
Es imprescindible asumir una responsabilidad pública con las políticas que ayuden a superar la crisis económica. En esta situación se requiere el esfuerzo de todos los partidos políticos para realizar un compromiso de responsabilidad y coherencia. La responsabilidad obliga en este momento concreto a valorar positivamente que todos los instrumentos con que las administraciones públicas cuentan se dirijan a poner soluciones para esta situación. La coherencia lleva, del mismo modo, a considerar imprescindible que dichos instrumentos estén cuanto antes en vigor para que sea posible articular de forma efectiva las medidas que contengan. De tal forma, lo que necesitamos son medidas concretas, que se sumen a las puestas a disposición por los fondos extraordinarios, cuyo desarrollo se desenvolverá en 2009.
La manifestación pública de una posición favorable al mantenimiento del empleo debería basarse, en mi opinión, en la elaboración de una alternativa a la política económica actual que no se molestan en definir, porque no les interesa. No basta quejarse sin más, aunque evidentemente puedan aducirse causas para hacerlo. Completar el sufrimiento de las personas que están perdiendo su empleo con el acto demagógico de extender el malestar social para dirigirlo contra el gobierno es un banderín de enganche demasiado fácil, demasiado simple, demasiado mezquino.
Frente al modelo que defenderán, propongo el ensayo de una práctica audaz que refuerce el papel del Estado como motor económico, fortaleciendo la inversión pública, aumentando gasto social, protegiendo los derechos de los desempleados durante la crisis, sin acceder a las presiones para el abaratamiento del despido. Si se sumaran al trabajo, harían más por este país que portando una pancarta.