sábado, 18 de octubre de 2008

LA HISTORIA DE LA DEUDA

La historia de la deuda
Admitiré una cuestión previa. El asunto de la deuda histórica me ha parecido desde siempre una cuestión menor. Reconozco que prefiero mirar al futuro con ambición legítima y confiando en la capacidad de las personas para transformar la realidad. Andalucía no es una excepción. Que no es lo mismo que era es evidente, que seguirá cambiando es una obviedad. Lo que no está tan claro es si avanzaría en la misma dirección en función de su liderazgo. Tampoco es lo mismo. Yo no tengo dudas pero, lógicamente, no me importa contrastar mi opinión (para evitar suspicacias, parcial y subjetiva, como todas)
Errores. Asumir el debate con el Estado sobre la deuda histórica pautado en el tiempo puede procurar, como ha sido, problemas de oportunidad política, de raíz económica. La diferencia de criterio entre el gobierno de España y el de Andalucía no reside tanto en los servicios que la administración del Estado ha desatendido secularmente con los andaluces como en la cantidad. La deuda es técnicamente el déficit de Andalucía en servicios esenciales como vivienda, sanidad y educación en el momento de su traspaso. Sin el abono de la deuda, salvando los anticipos acordados en 1996 por González y en 2007 por Zapatero, Andalucía - que iba de pena en pena - ha logrado montar en sus servicios un sistema bien engranado y competitivo, con el esfuerzo de sus gentes. Soportará, y deberá reconocer, críticas y necesitará mejoras y reformas, pero es evidente el crecimiento sostenido, particularmente rápido en el último decenio, de nuestra sociedad.
Necesidades. La deuda histórica es una exigencia estrictamente legal. Nuestro Estatuto, el que nos hemos dado, la incorpora. Es nuestra norma institucional básica en Andalucía pero también es ley orgánica integrante del ordenamiento español. El Parlamento cifró una cantidad mínima, 1148 millones de euros, por debajo de la que no hay posibilidad de acuerdo. Si la Junta hubiese aceptado un pacto con el Estado que no lo respetara, habría incumplido la obligación que nos impusimos con el Estatuto. La respuesta es significativa: menos, no. Así que, para firmar un “cumplo y miento”, mejor seguir trabajando para darle cumplimiento.
Rigor y sorpresa. Más allá de la virtud del abono de una cantidad u otra, el presente político nos regala nuevos defensores, recién reciclados al lado del pueblo, aunque poco populares. Esta historia nos dará motivos para seguir sonrojándoles porque tienen una deuda histórica de disculpas con este pueblo.

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