viernes, 19 de diciembre de 2008

TRES MÁS CUATRO: SIETE

Tres más cuatro: siete
Uno se plantea que ir creciendo se hace cada vez más complicado. Lo que envejece, lo que en realidad te hace mayor, no son los años, ni el peso, ni las canas, sino la responsabilidad del día al día. Es la propia vida la que marca, con una cadencia inexorable, el tic-tac de un reloj impasible que come, engulle – por momentos, lo que te va dando. Me estoy haciendo viejo.
Acabo, como cada año, de estrenar otra cifra en mi edad adornada con retazos buenos, malos, regulares y estoy convencido de que, a esta altura, no es lo que hacemos lo que nos define, sino lo que somos. Yo soy imperfecto, banal, cutre, inmaduro, aventurado hasta la temeridad, inconsistente y pierdo mucho vestido.
Cuando mis nenas lean esto porque quieran ver las tonterías que su padre escribía, cuando le dejaban llenar un trozo de periódico, descubrirán que las letras que antes he escrito son ciertas. Ellas, ahora, me miran como si fuera el héroe que no soy, represento para sus vidas un referente que necesitan y disfrutan los momentos que pasamos juntos con una pasión que comparto, pero – al tiempo – envidio porque me conozco y me temo. El hecho es que les debo todo y les puedo ofrecer muy poco.
Un amigo mío me ha regalado hace poco una sentencia, que no sé si le pertenece. Me ha dicho que contra la provocación, paciencia y contra la estupidez, comprensión, para terminar dando a la oscuridad, luz y bien al mal. Si yo supiera enseñar esto a mis nenas, la vida que habito cobraría un sentido que me sublimaría. La clave debe andar por ese camino, sin mucha más retórica.
Los números encierran significados para algunas tradiciones culturales que me son cercanas. El siete es la suma del tres y el cuatro. El tres representa la imaginación, la fuerza de la mente, y el cuatro señala lo material, el peso de lo tangible. Unidos, hacen un complejo que traza su sentido trabando muchos aspectos que se ligan por estos condicionantes.
Quiero regalarle a mis nenas un juego con los números, en el momento de cumplirlos yo. El tres de la imaginación debe darles la capacidad de análisis y de observación de la realidad para cambiarla. El cuatro, la aplicación de sus conclusiones a su mundo, en el que estén, sabiendo que siempre hay elementos que no van a controlar. Cuando lo sumen, que contemplen el conjunto de manera equilibrada. A lo mejor tienen que hacer un siete a su suerte, que si la buscan, la encuentran. Yo la logré con ellas. Mi suerte. Y siempre me sonríe.

TREINTA AÑOS DE RAZÓN

Treinta años de razón
Celebrar la Constitución por sí misma, como elemento fundacional de una etapa democrática sin precedentes en nuestro país, merece la pena como acto de desagravio a tanto insulto, perecedero pero dañino, que ha de soportar casi a diario. Debo admitir que no la sacralizo ni mucho menos la considero perfecta, ni siquiera completa, pero reconozco en ella una virtud enorme: su permeabilidad, la capacidad para superar - sin tocar apenas el texto - los retos que el cambio social de España, extraordinario en toda su dimensión, ha ido generando a lo largo de estos treinta años de libertad.
Admiro lo que la Constitución Española supuso para al menos dos generaciones completas que sufrieron la dictadura y arrimaron el hombro para conseguir la democracia. No obstante, el bien más preciado que nos aporta su aprobación no es la solución a la falta evidente de derechos y libertades que el país padeció injustamente por el defecto histórico del régimen franquista sino la conquista de su permanencia para mi generación y las que la siguen. El triunfo de nuestro sistema, con todas las carencias que los nostálgicos y los críticos puedan señalar, está en su continuidad. Este país tan complicado, con tantos complejos rara vez superados y casi nunca afrontados, ha disfrutado de un clima suficientemente estable para que la política de las grandes oportunidades, y también la de las pequeñas cosas, se haya desarrollado a pesar de conspiraciones militares que acabaron en un grotesco intento de golpe de estado, con gobiernos de signo distinto, tensiones sociales por diferentes motivos, nacionalismos periféricos, reclamaciones diversas (unas fundadas y otras exageradas), trifulcas dialécticas y discursos teóricos que ha solventado con un pragmatismo envidiable: sirve porque disfrutar la democracia la avala.
Treinta años es un tiempo de vigencia razonable. La virtualidad de una reforma que nos dote de una Constitución nueva no es presivible porque se requiere la altura de miras que se tuvo en el país en aquella época. Pero ni tal altura existe ni los retos que afrontamos son de la misma naturaleza histórica como en aquella ocasión. De cualquier forma, comparto el criterio de quienes piensan que es importante repensar el texto para, si se hace preciso, reformar su contenido y así nadie sea acusado de forzar su interpretación al objeto de que todo quepa.
El valor de mi país reside en las personas que lo habitan. Muchas de ellas decidieron con alegría, ilusión y ambición, darse esta regla de vida común en 1978. Otras muchas celebramos hoy su acierto.

LA CALAMIDAD DE UN JUEZ

La calamidad de un juez
Si quienes han de aplicar la ley la prostituyen, el país entrará en una crisis de ética cívica. Hasta la misma Murcia llegó la ola de homofobia que salpica Europa. Un juez estuvo largo tiempo impidiendo que dos mujeres casadas sostengan su natural derecho a la maternidad compartida, con arreglo a las leyes de nuestro país. Una niña nacida de una de ellas, mediante la inseminación artificial, fue benevolentemente protegida por este servidor público al dificultar que la cónyuge de la madre biológica accediera a la maternidad de la criatura. Es el concepto moral de la familia normal, que tiene el sujeto en cuestión, el que ha sometido a una perversión indecente a estas mujeres que han decidido ser madres. Esta semana se ha celebrado el juicio contra este juez.
Las trabas que puso en el procedimiento son muchísimas. Incluso designó a la Dirección General de la Familia de Murcia para que defendiera el interés de la menor, cuya adopción - absolutamente racional - pretendía la cónyuge de la madre biológica, para compartir una maternidad que ya ejerce desde el nacimiento. Pidió el consenso de todos los psicólogos para pronunciarse sobre la normalidad de la situación y se preocupó especialmente de la tendencia que la niña pueda tener en el futuro hacia la homosexualidad, dado el patrón en que se criará con sus dos madres.
Lo insólito es que este juez de pacotilla, martillo de herejes, sostuviera con pobres argumentos jurídicos una posición moral de carácter individual y confundiera la normalidad con lo común. Una familia es tan normal como otra con independencia de lo que corresponda determinar a un simple juzgador. Otra cosa es que sea menos común, menos frecuente, menos cotidiana, extremos que nada tienen que ver con la normalidad jurídica de una relación que, en cuanto a su ámbito e intensidad, se rige por lo que las partes de esa relación decidan y, en cuanto a su virtualidad jurídica, se definen en plenitud de derechos por las leyes que las permiten y avalan.
No sé si su conducta merece reproche penal, pero dificulta su capacidad como administrador de justicia. Plutarco decía que los malvados no necesitan el castigo de Dios ni de los hombres porque su vida atormentada ya es un profundo penar.
Nadie obliga a este juez a casarse con un hombre y adoptar. Si su moral se lo impide, no puede ejercer el poder que le confiere el pueblo para impedir la aplicación de la ley a quien no se sujete a su credo. La cuestión es simple: ha de servir a la ley, no servirse de ella.