viernes, 10 de agosto de 2007

¡DESPEGAMOS!



Este espacio que compartimos cambió ocasionalmente de día y de formato. Será que las vacaciones hacen su agosto y se nos han echado encima. Ahora, que ya estamos que no estamos, pienso dejarme cautivar mirando al mar por la dulzura de no escuchar más que el silencio cuando la noche caiga, acompañado de cuanto contribuya a potenciarlo, en cualquier terraza atlántica abierta de par en par a la brisa del océano. Ya llegará septiembre y nos volverá a colocar en nuestro sitio habitual, en los parajes cercanos de los que seguiremos disfrutando, renovadas las fuerzas, aunque sea de otro modo. Ya pondremos entonces el reloj interno al revés y contaremos los días que faltan hasta que volvamos a oler cómo el aroma de la sal impregna el aire que respiramos, ése que sale de la espuma de las crestas de las olas y se alimenta, tierra adentro, en el mar de nuestros recuerdos. Tanto tiempo deseando alcanzar un descanso en el ritmo habitual que ahora nos da vértigo. Cuando vuelvan esos tiempos, que son los tiempos normales, si nos dejan, seguiremos leyendo juntos las cosas que nos pasan. De forma que, sin despedidas temporales pero con citas pendientes para dentro de unas semanas, vamos al tajo.

¡DESPEGAMOS!



Recuerdo la primera vez que viajé en avión. Supuso para mí una mezcla de nerviosismo e ilusión. Sentí la fuerza del aparato intensamente. Noté en la barriga un pellizco que duró lo que el despegue y vi, estaba sentado en ventanilla, cómo el avión iba dejando el suelo de la pista y las instalaciones del aeropuerto empezaban a moverse en una diagonal cada vez más aguda. Fue una primera experiencia positiva. Durante el vuelo parecía que hubiese estado viajando por el aire desde siempre porque no tuve miedo alguno. A los pocos minutos estaba acostumbrado a esa nueva situación.

La ciudad en que vivimos ha hecho una apuesta por conseguir que estas sensaciones puedan experimentarse pronto desde aquí. El asunto del aeropuerto de Córdoba se ha desbloqueado y la instalación actual se ampliará para tener vuelos comerciales. En alguna ocasión anterior he sostenido que Córdoba podía y debía ser competitiva pero también que ese objetivo no podía perderse por bajar los brazos, por no luchar. Pensaba entonces, y pienso ahora, que las ciudades que aspiran a ser competitivas, a ofrecer un marco atractivo para las gentes que la habitan, debían contar – entre otras cosas – con una buena conectividad interior (solucionar los problemas del tráfico) y una mejor conectividad exterior (porque las universaliza). Un aeropuerto útil y viable, no virtual como el que sufrimos, es fundamental, una aspiración legítima y necesaria. Una ciudad con aeropuerto en 2007, y más en 2016, es una ciudad que puede despegar; una ilusión colectiva que, con una buena proyección, coloca su valor en un mundo más pequeño en los tiempos y donde las opciones se multiplican. Si a nuestra situación geográfica, y a las ventajas comparativas de las conexiones terrestres que disfrutamos por carretera y ferrocarril, conseguimos añadir la posibilidad cierta del transporte aéreo circularemos a corto plazo a mayor velocidad.

La casualidad no existe de forma que el desbloqueo actual tiene una causalidad. La competitividad no emerge. Es fruto de un proceso y lleva tiempo desarrollarlo e implementarlo. Requiere visión y liderazgo, y la fijación de un modelo: responder a las preguntas dónde queremos ir para mejorar, qué tenemos que hacer. Y deben responderse bien. La verdad es que si queremos recibir las respuestas correctas, tendremos que plantear las preguntas adecuadas donde corresponda, en la administración estatal, autonómica o de otro tipo. Teníamos un problema, que comienza a resolverse, de interlocución, de confianza y de ambición. Nos quedábamos en la queja hueca de sentirnos inaudibles y no avanzábamos más allá: el traje de víctima les quedaba muy cómodo a algunos. No puede negarse que se palpa que hemos sumado como ciudad esos tres factores: interlocución, confianza y ambición.

Se percibe un nuevo impulso que está haciendo despertar a Córdoba de un letargo insultante. Y junto al animal que se despereza, lentamente pero se despereza, el fatalismo que vive en las grietas de una ciudad acostumbrada a conservar para no molestar amenaza que lo consigamos. Las parcelaciones ilegales deberán tener una solución justa pero no puede confundirse la justicia con la obligación de salvar posiciones individuales ventajosas que se consiguieron de espaldas a todos, aunque permitidas por unos pocos.

La oportunidad de volar alto no puede parcelarse en tierra porque el coste de mantener este presente, mucho tiempo consentido, es perder el billete del futuro. Esta vez no puede ser. Esta vez tenemos que despegar.