sábado, 18 de octubre de 2008

EL EFECTO BERIMBOLO

El efecto Berimbolo
Fuera complejos. He tenido la suerte de conocer hace unos días a una persona singular, que ya sé que todas lo somos, pero lo que quiero decir es que se trata de un tipo genuino. Berimbolo es un patrimonio para su pueblo, aunque muchos no sepan quién es aún, y una revelación para toda clase de cosas.
Berimbolo tiene una forma de ser envidiable. En su juventud, por momentos insultante, plantea las cuestiones más complejas con una serenidad envidiable. Discute sin crispar, discrepa sin herir, construye sin darse bombo. Habla. Escucha. Y además sonríe. Me temo que la vida no le ha tratado bien siempre pero tampoco se queja demasiado, aunque sospecho que algún motivo podría tener. Agradece lo que le dan, porque se lo gana, y no busca con la mirada que le agradezcas lo que te da. Percibe las cosas como son, no como las cuentan. Saca sus conclusiones, las comparte y las defiende y no le importa si le sigues o no. Es raro hallar tanta sensatez en un cuerpo grande pero, al fin y al cabo, sólo uno.
Si traslado la cordura de Berimbolo a este mundo fastidiado, en mitad de unas cuantas crisis semánticas, otras reales, algunas vaguedades y tanta fachada que nos toca hilvanar, con tan poco hilo, se me cae el escenario del teatrillo que a menudo nos representan y prefiero buscar a los actores y las actrices de la obra que nos dan, casi siempre tragicomedia y rara vez esperpento, en el patio de butacas de la calle. La verdad reside ahí. La conciencia de la gente que se levanta temprano, va a su trabajo, se toma unas cervezas con sus amigos, sale a la calle, disfruta lo que puede sin dañar, se protege de que lo hieran, cuida de los suyos, almuerza, cena, descansa, se acuesta y vuelve a empezar es la que enseña que lo que hacemos siempre tiene que tener el sentido de valorar esa forma de ser y preservarla. Lo demás son gaitas.
Berimbolo no le ve todo de color rosa pero tampoco negro. No comulga con ruedas de molino ni transige si hay que servir al dios de lo que no se piensa. Se mantiene y se corrige y, casi seguro, preferiría no haber cometido errores aunque valora sus aciertos. Pero no se emborracha de euforia ni se hunde en la depresión. Berimbolo es, lo dicho, singular por genuino.
Lo pasé bien con Berimbolo. Creo que, tal como es, se dará por satisfecho. No obstante, estoy en deuda. Sostengo que Berimbolo y su estilo son una enfermedad de carisma real. Prometo no olvidarlo y me propongo contagiarlo. La gente así sana.

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