De la muerte y del densanso
El hombre sabio, dijo Spinoza, en nada piensa menos que en la muerte. Hemos visto, acostumbrados ya a la digestión del drama sin desmayo, la retransmisión del fallecimiento de la ciudadana italiana que ha muerto los últimos días, tras vegetar en coma irreversible diecisiete años.
Ningún padre desea que su hijo fallezca. La naturaleza nos prepara para ver morir a nuestros progenitores pero no para que ellos acepten que no les sobrevivamos. Me resulta indignante que el gobierno de un país, escasamente respetuoso con los derechos de las personas necesitadas que viven en sus calles, cargue contra el padre de esta joven, que no ha tenido más vida que estar esperando que le llegara la muerte, y haya hecho del momento final de Eluana un espectáculo mediático y una impostura jurídica, reuniendo al legislativo de urgencia para cambiar la posibilidad legal de no prolongar artificialmente la ilusión de una vida que se escapaba.
Centrando la cuestión, este caso no es puramente eutanasia sino, más bien, ortotanasia. Eluana ha dejado de recibir alimento asistido que le procuraba permanencia vital. La eutanasia consiste en poner medios directos para el fallecimiento. En cambio, dejar de prestar en una situación irreversible los medios que soportan la vida no entra dentro de esta definición y no es, desde luego, ningún asesinato. De cualquier forma, la crisis que ha causado el final de la vida de Eluana admite interrogantes pero ninguno debe ser contestado por las personas que la quieren y han admitido que su existencia acabe para evitar dolor y sufrimiento. Las preguntas deben ser respondidas por ese ejército de ciudadanos anónimos que con su moral personal concreta desean imponer su escala de valores a los demás. Las preguntas deberán ser atendidas por un gobierno indecente que promueve leyes, hechas a propósito, para impedir a una familia doliente el ejercicio de un derecho dolorosamente radical. Las preguntas deberían formularse a los que, en nombre de quien no han de tomar en vano, juzgan pero no quieren ser juzgados. La muerte de Eluana no falta el respeto a su moral ni a las leyes de su país ni puede servir para predecir, por unos simples mortales travestidos en guardianes del Paraíso, la condena eterna en el mítico Juicio Final.
Las respuestas que las personas sabias darán a las preguntas que alguien les pueda espetar con desfachatez es que en nada han pensado menos que en la muerte. La mente de las personas que nos aman es el lugar donde nuestras vidas descansan en paz.