Las vacas no leen
Lo que leemos dice mucho sobre lo que somos y también sobre lo que queremos ser. Hay imágenes formidables que se encuentran en las páginas de una buena novela, pasajes estupendos que se pueden encontrar en los párrafos de casi cualquier libro. La vida, que se hace con historias, se puede escapar un rato de su normalidad al zambullirse en la lectura de cualquiera otra inventada, descrita, narrada, intuida, simulada o dispuesta ordenadamente, letra tras letra, espacio tras espacio, en unas cuantas hojas encuadernadas.
Me gustan los libros. No sólo leerlos, también verlos. Me parece bello el tono de libro usado cuando amarillea. En general, me gusta personificar las cosas. Sé que un libro es un objeto pero también que es de alguien o que puede ser de varias personas, que puede cambiar de manos y, por tanto, es como si se le diera vida. Muchas veces me parece que un libro aún no leído está nada más que a la espera de serlo y no importa tanto por quién. En realidad, casi ni cuándo. Hay historias en los libros e historias sobre los libros pero sobre todo, si no lo leo, me interesa la historia de ese libro. Da igual el que sea. Dejamos parte de nuestros recuerdos en los libros que tenemos. Muchos pasan sin pena ni gloria por nuestras manos pero otros, es una suerte que sean más, dejan de estar en nuestras estanterías, mejor o peor puestos, para cambiar de lugar. A otra estantería, a otro lugar, a otra vida…y se llevan parte de la nuestra (y es una suerte que sea mucha parte).
En estos días se multiplican las ferias del libro. Son una fiesta de la literatura buena, de la lectura rápida, de la de evasión. Todas valen. Es una ocasión para celebrar el lenguaje y las letras. Es la república donde reina la imaginación, el triunfo de la gente normal que escapa de lo cotidiano, disfrazándose de heroicidades anónimas. Es la verdad de los versos de Cummings: “Mientras tú y yo tengamos labios y voz / para besar y para cantar, / ¿qué nos importa si algún hijo de tal / inventa un instrumento para medir la primavera?” Estas ocasiones de cruces de libros me enseñan que, aunque siempre se puede tener uno nuevo, tiene una magia enorme regalar el propio. Es como darse a uno con el libro.
Igual que Alicia celebraba su no-cumpleaños, cualquier día es bueno para vivir la lectura. La “Bola de Cristal” mostraba un campo poblado de vacas pastando. Se alejaba la cámara y una voz en off decía: “Si no quieres ser como ellas, lee”. Mejor, sin mugir.
Lo que leemos dice mucho sobre lo que somos y también sobre lo que queremos ser. Hay imágenes formidables que se encuentran en las páginas de una buena novela, pasajes estupendos que se pueden encontrar en los párrafos de casi cualquier libro. La vida, que se hace con historias, se puede escapar un rato de su normalidad al zambullirse en la lectura de cualquiera otra inventada, descrita, narrada, intuida, simulada o dispuesta ordenadamente, letra tras letra, espacio tras espacio, en unas cuantas hojas encuadernadas.
Me gustan los libros. No sólo leerlos, también verlos. Me parece bello el tono de libro usado cuando amarillea. En general, me gusta personificar las cosas. Sé que un libro es un objeto pero también que es de alguien o que puede ser de varias personas, que puede cambiar de manos y, por tanto, es como si se le diera vida. Muchas veces me parece que un libro aún no leído está nada más que a la espera de serlo y no importa tanto por quién. En realidad, casi ni cuándo. Hay historias en los libros e historias sobre los libros pero sobre todo, si no lo leo, me interesa la historia de ese libro. Da igual el que sea. Dejamos parte de nuestros recuerdos en los libros que tenemos. Muchos pasan sin pena ni gloria por nuestras manos pero otros, es una suerte que sean más, dejan de estar en nuestras estanterías, mejor o peor puestos, para cambiar de lugar. A otra estantería, a otro lugar, a otra vida…y se llevan parte de la nuestra (y es una suerte que sea mucha parte).
En estos días se multiplican las ferias del libro. Son una fiesta de la literatura buena, de la lectura rápida, de la de evasión. Todas valen. Es una ocasión para celebrar el lenguaje y las letras. Es la república donde reina la imaginación, el triunfo de la gente normal que escapa de lo cotidiano, disfrazándose de heroicidades anónimas. Es la verdad de los versos de Cummings: “Mientras tú y yo tengamos labios y voz / para besar y para cantar, / ¿qué nos importa si algún hijo de tal / inventa un instrumento para medir la primavera?” Estas ocasiones de cruces de libros me enseñan que, aunque siempre se puede tener uno nuevo, tiene una magia enorme regalar el propio. Es como darse a uno con el libro.
Igual que Alicia celebraba su no-cumpleaños, cualquier día es bueno para vivir la lectura. La “Bola de Cristal” mostraba un campo poblado de vacas pastando. Se alejaba la cámara y una voz en off decía: “Si no quieres ser como ellas, lee”. Mejor, sin mugir.