sábado, 18 de octubre de 2008

TRABAJO DECENTE

Trabajo decente
Más de doce millones de personas en el mundo trabajan en condiciones de esclavitud, doscientos millones de trabajadores deberían estar en la escuela porque cuentan menos de quince años. En el planeta mueren más de dos millones de personas por accidentes laborales, los derechos sociales, laborales y sindicales no se respetan en muchos países y el cincuenta por ciento de la fuerza productiva de la Tierra, personas que se dejan la piel para vivir de su trabajo, no llevan a sus casas más de dos euros al día.
La globalización nos ha situado en órbita porque facilita el intercambio rápido de bienes, productos y servicios. También de trabajadores y trabajadoras. En cierta manera, este sistema ha repercutido positivamente en la extensión de la democracia y también ha consolidado expectativas de crecimiento económico sostenido y continuado. Pero junto con esas bondades relativas ha dejado una maldad real: la brecha de separación hombre rico-hombre pobre (ser humano afortunado-ser humano acongojado) es mayor. La diferencia entre países es hoy más evidente y además la fractura dentro de estos es una realidad. El hecho de que los efectos de la devastación que produce esta falta de respeto a la dignidad humana sea mayor en los países en desarrollo no puede ocultar los que provoca además en los desarrollados. En países como el nuestro disminuye la participación de los salarios en la renta nacional, aumenta la precariedad y se generan situaciones de injusticia social que conllevan un incremento de la siniestralidad laboral y la desprotección del mayor agente productivo de una sociedad: la persona trabajadora.
Europa, espejo de nuestras ambiciones en tiempos de la oscuridad de la dictadura, nos ha decepcionado con el intento de reforma de la directiva que regula el tiempo de trabajo. Un grupo de países opta por permitir que pueda llegarse a trabajar hasta 65 horas. España lidera lo contrario, por dignidad. Un trabajo decente es, como mínimo, el que se hace con contrato, salario digno, protección social, derechos sindicales y sometiéndolo al respeto para la negociación colectiva y el diálogo social.
El siete de octubre, la fuerza productiva de 155 países se echa a la calle para defender su trabajo. Necesitamos dar dignidad a una actividad esencial. Se trata de exigir trabajo decente para los que van a reclamarlo al mundo y por los que no podrán salir porque seguirán ese día construyendo el mismo mundo, que les niega dignidad con su indecencia.

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