sábado, 13 de octubre de 2007

EL LUTO DE LA SANGRE

EL LUTO DE LA SANGRE
Nuestra ciudad mujer se ha hundido otra vez en la sangre de una víctima más de la violencia criminal machista. No he querido indagar en la historia ni voy a usar ningún detalle de la misma para pudrir estas líneas de palabras truculentas. Quiero decir lo que pienso en directo, sin más intermediario que el papel donde se junten las letras para expresar la indignación de un hombre, hijo de una mujer, hermano de dos mujeres, compañero de una mujer, padre de dos mujeres.
Estoy seguro de que no es difícil truncar una vida. Incluso antes de matar a alguien puede acabarse con ella. La violencia ofrece tantas caras que no es complicado ponerle una. Las faltas de respeto, las humillaciones en el trato, la desconsideración constante, el insulto permanente, la presión continua, la opresión oculta…el puñetazo en la mesa, el empujón furtivo, la bofetada a tiempo, la paliza descarnada, otra paliza, más palizas…los buenos propósitos, el perdón, la reconciliación…el asesinato…la muerte.
La elección es de las mujeres. Los asesinos cobardes que las matan no son actores en ese mecanismo de opción. Ellos tienen que ser la causa de tomar la correcta: terminar antes de que te terminen, denunciar, pedir protección, exigir protección. Normalmente, supongo, nadie mata de primeras. No se despiertan un día y asesinan desde la sorpresa de ser bellísimas personas. Antes maltratan, agreden, insultan: es un proceso violento de intensidad proporcional; menos al principio, mucho más al final, hasta el límite que pone fin absoluto a la violencia con la violencia absoluta. Hay que parar al principio, no dejar que llegue lo que nunca puede llegar. Pero que no se confunda nadie, no hago responsables a las mujeres que viven ese infierno si no lo hacen. Los máximos responsables son los llamados hombres que matan a las mujeres que creen suyas. Ellas tienen demasiado peso con soportarlos, aunque el mensaje es claro por repetido, siempre pocas veces: denuncia, exige protección.
¿Y el resto? ¿No lo vemos? Vivimos con ellas y con ellos, somos su familia, sus amigos, sus vecinos, sus conocidos y – en ocasiones – lo sabemos. Y muchas veces callamos. Llamo a la responsabilidad, a la actuación digna: si conocemos situaciones de violencia, si sabemos que cerca hay una mujer que sufre en nuestro entorno, no podemos pasar de largo. Hay que denunciar, en voz alta y clara, señalar al agresor, impedir que no haya remedio. No son cosas de su mundo, son cosas de nuestro mundo. La elección es de las mujeres porque ellas lo sufren. El resto no tenemos elección. No podemos ser cómplices. No basta con sentir el luto, hay que parar la sangre.

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