viernes, 19 de diciembre de 2008

LA CALAMIDAD DE UN JUEZ

La calamidad de un juez
Si quienes han de aplicar la ley la prostituyen, el país entrará en una crisis de ética cívica. Hasta la misma Murcia llegó la ola de homofobia que salpica Europa. Un juez estuvo largo tiempo impidiendo que dos mujeres casadas sostengan su natural derecho a la maternidad compartida, con arreglo a las leyes de nuestro país. Una niña nacida de una de ellas, mediante la inseminación artificial, fue benevolentemente protegida por este servidor público al dificultar que la cónyuge de la madre biológica accediera a la maternidad de la criatura. Es el concepto moral de la familia normal, que tiene el sujeto en cuestión, el que ha sometido a una perversión indecente a estas mujeres que han decidido ser madres. Esta semana se ha celebrado el juicio contra este juez.
Las trabas que puso en el procedimiento son muchísimas. Incluso designó a la Dirección General de la Familia de Murcia para que defendiera el interés de la menor, cuya adopción - absolutamente racional - pretendía la cónyuge de la madre biológica, para compartir una maternidad que ya ejerce desde el nacimiento. Pidió el consenso de todos los psicólogos para pronunciarse sobre la normalidad de la situación y se preocupó especialmente de la tendencia que la niña pueda tener en el futuro hacia la homosexualidad, dado el patrón en que se criará con sus dos madres.
Lo insólito es que este juez de pacotilla, martillo de herejes, sostuviera con pobres argumentos jurídicos una posición moral de carácter individual y confundiera la normalidad con lo común. Una familia es tan normal como otra con independencia de lo que corresponda determinar a un simple juzgador. Otra cosa es que sea menos común, menos frecuente, menos cotidiana, extremos que nada tienen que ver con la normalidad jurídica de una relación que, en cuanto a su ámbito e intensidad, se rige por lo que las partes de esa relación decidan y, en cuanto a su virtualidad jurídica, se definen en plenitud de derechos por las leyes que las permiten y avalan.
No sé si su conducta merece reproche penal, pero dificulta su capacidad como administrador de justicia. Plutarco decía que los malvados no necesitan el castigo de Dios ni de los hombres porque su vida atormentada ya es un profundo penar.
Nadie obliga a este juez a casarse con un hombre y adoptar. Si su moral se lo impide, no puede ejercer el poder que le confiere el pueblo para impedir la aplicación de la ley a quien no se sujete a su credo. La cuestión es simple: ha de servir a la ley, no servirse de ella.

No hay comentarios: