viernes, 19 de diciembre de 2008

TREINTA AÑOS DE RAZÓN

Treinta años de razón
Celebrar la Constitución por sí misma, como elemento fundacional de una etapa democrática sin precedentes en nuestro país, merece la pena como acto de desagravio a tanto insulto, perecedero pero dañino, que ha de soportar casi a diario. Debo admitir que no la sacralizo ni mucho menos la considero perfecta, ni siquiera completa, pero reconozco en ella una virtud enorme: su permeabilidad, la capacidad para superar - sin tocar apenas el texto - los retos que el cambio social de España, extraordinario en toda su dimensión, ha ido generando a lo largo de estos treinta años de libertad.
Admiro lo que la Constitución Española supuso para al menos dos generaciones completas que sufrieron la dictadura y arrimaron el hombro para conseguir la democracia. No obstante, el bien más preciado que nos aporta su aprobación no es la solución a la falta evidente de derechos y libertades que el país padeció injustamente por el defecto histórico del régimen franquista sino la conquista de su permanencia para mi generación y las que la siguen. El triunfo de nuestro sistema, con todas las carencias que los nostálgicos y los críticos puedan señalar, está en su continuidad. Este país tan complicado, con tantos complejos rara vez superados y casi nunca afrontados, ha disfrutado de un clima suficientemente estable para que la política de las grandes oportunidades, y también la de las pequeñas cosas, se haya desarrollado a pesar de conspiraciones militares que acabaron en un grotesco intento de golpe de estado, con gobiernos de signo distinto, tensiones sociales por diferentes motivos, nacionalismos periféricos, reclamaciones diversas (unas fundadas y otras exageradas), trifulcas dialécticas y discursos teóricos que ha solventado con un pragmatismo envidiable: sirve porque disfrutar la democracia la avala.
Treinta años es un tiempo de vigencia razonable. La virtualidad de una reforma que nos dote de una Constitución nueva no es presivible porque se requiere la altura de miras que se tuvo en el país en aquella época. Pero ni tal altura existe ni los retos que afrontamos son de la misma naturaleza histórica como en aquella ocasión. De cualquier forma, comparto el criterio de quienes piensan que es importante repensar el texto para, si se hace preciso, reformar su contenido y así nadie sea acusado de forzar su interpretación al objeto de que todo quepa.
El valor de mi país reside en las personas que lo habitan. Muchas de ellas decidieron con alegría, ilusión y ambición, darse esta regla de vida común en 1978. Otras muchas celebramos hoy su acierto.

No hay comentarios: