miércoles, 7 de enero de 2009

DE LAS CRÓNICAS CRECIDAS


De las crónicas crecidas

Hace un año un amigo le puso título a esto que vengo escribiendo cada semana, cuando llegan estas fechas, con el propósito de convertir unas cuantas líneas en un repaso de lo que se vive. Las croniquitas de entonces no son las mismas que las de hoy, pero sí parece que puede servir la idea para despedir otro año, ya van siendo varios, que nos deja – como todos – algunas cosillas malas, otras peores y muchas buenas.
Empezamos enero pasado cargaditos de energía. Sin perder el aliento, con las fuerzas a tope, afrontamos momentos de vértigo para defender lo que creímos justo y, sobre todo, la alegría. Sonrientes, nos despejamos para saborear humildemente el triunfo de las personas que se dejaron la piel en lograrlo, Avanzamos, con la satisfacción moderada por el ritmo de la vida, hacia otras tareas, al paso firme y voz rotunda de mujeres al mando. Sospechamos que los vientos de cambio atravesarían el Atlántico y acertamos porque un hombre negro resucitó Camelot para ilusión de propios y ajenos, desterrando una visión rancia, cutre e inmoral de la res publica mundial que emponzoñó durante ocho años el nombre de la libertad duradera. El dinero se hizo chocolate y fundió el entramado financiero basado en el todopodero mercado autorregulado. El sistema capitalista, tal y como nos habían obligado a entenderlo, saltó por los aires y el mundo tiró la toalla para que pudiéramos construir sobre otras bases todo este montaje complicado y mirar así a los ojos de la gente que ha perdido tanto, pidiéndole esfuerzos pero dando confianza.
No hemos conseguido desterrar fantasmas que nos acompañan desde lejos. La serpiente del asco y del odio sigue golpeando nuestras entrañas pero caen cada vez más rápido los hampones asesinos que la dirigen. Algunas veces, la lentitud de reflejos de los dirigentes nos complica las barbas a todos y otras (bastantes) no parece que vayamos en el mismo barco, porque se confunde el amor a nuestro país con darle patadas en las espinillas a los adversarios. La historia eterna de España, donde una mitad padece a la otra, sigue dándonos malas noches, pero – a menudo, con mayor frecuencia – encontramos espacios comunes al despertar.
En fin, trecientos sesenta y cinco días después, crecen estas croniquitas, que bautizó mi amigo Jose (así, sin tilde). Aquella vez nos propusimos alcanzar la felicidad. La buena noticia es que el año entrante es bisiesto: un día más para conseguirla. ¡Feliz oportunidad!

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